Mi mente es un meme: pensamientos intrusivos 101
¡Qué hermoso fuego! Tan vivo, tan brillante… Mmm, unas ganas terribles de meter la mano y ver qué pasa. ¿Ese cuchillo filoso? ¡Uff! ¿Cuántas probabilidades hay de que…? Este vaso parece frágil, tan delicado… ¿Qué pasaría si lo aprieto más fuerte? ¡Y vos! Me das tanta ternura y amor que quiero estrujarte con todas mis fuerzas, hasta dejarte sin aliento.
Vienen cuando menos los esperamos, como esos invitados que aparecen sin avisar y te comen todas las galletitas. Son parte de nuestras emociones, de nuestro día a día, pero rara vez los seguimos porque, seamos honestos, suelen ser ideas de bombero.
Ahora, ¿qué pasa con los pensamientos más tranquilos? Como ese antojo repentino de un chupetín. ¿Por qué no, si el quiosco queda a una cuadra? ¡Además es un chupetín! Aunque, para ser sinceros, prefiero el chocolate. Ahí es cuando mi conciencia, que parece que estaba echándose una siesta, se despabila y me lanza su primer alerta. ¡Primera de muchas! “¡No!”, dice. “¡No deberías!”. “Y si querés saber por qué, preparate que te lo enumero como si fuera Gandalf relatando las profecías de la Tierra Media”.
Imaginate si todo fuera luz verde: primero que el peatón se hace puré de tomate, y segundo que el quilombo después no te lo arregla ni un mago. A veces, dejarse llevar por las emociones es como prender fuego en una fábrica de fuegos artificiales: emocionante, pero capaz que terminas sin cejas, o algo peor. Hay que ser reflexivo, pragmático… y todo lo que haga falta para poder alzar la vista y seguir.
Decirlo es fácil, escribirlo cuesta un poco más, y hacerlo… ufff, ni te cuento. Las teclas se ponen duras y mis dedos, que son unos holgazanes, se declaran en huelga. Pero como dice el dicho: del dicho al hecho hay mucho trecho… ¡y unos cuantos baches más!
Me urge la necesidad de caer en esas emociones extremas, como una niña que se quiere trepar al árbol más alto solo para ver el mundo desde arriba. Puede que después me arrepienta, pero sé que me voy a reír, y quizás hasta llore un poco. Porque a veces, esas emociones intensas nos recuerdan que estamos vivos, que sentimos, que somos capaces de todo y de nada a la vez.
Y así, en la compra más conflictiva de la historia —la compra de un simple chupetín—, descubrí algo más grande. Que cada pensamiento intrusivo, cada impulso, es solo una chispa. La verdadera magia está en decidir cuándo dejarla prender fuego y cuándo soplarla hasta que se apague.
Así que, con la mano en el corazón y la otra en la billetera, me voy a comprar ese chupetín. Porque sí, porque se me canta, y porque a veces lo más simple es lo que más sabor tiene. Al fin y al cabo, ¿no se trata de eso? De darle un gustito a la vida. De reír, de llorar, de sentir.
Y de volver a casa, chupetín en mano, con una sonrisa nostálgica que dice: “Hoy también me animé a sentir”.