Hoy me encuentro sola con mis pensamientos, me hacen compañía. Ya dejé de rendirles cuenta y ellos dejaron de insistirme pagar una deuda que no era mía. Me siento en paz, los invité a tomar mate con la condición de que traigan algo para acompañar. Me miran de soslayo, esperando que lo diga; saben en qué estuve pensando los últimos días… Son raíces que se asoman por lo bajo, aquellas que empezaron a tomar forma, fuerza y dedicación, filtrándose, abriéndose paso a nuevos lugares, creando caminos y arrasando con todo.

Ya no me asusta verlas crecer, más bien me maravilla. Porque donde antes había huecos, ahora brotan tallos; donde antes todo era sombra, ahora late una claridad tibia.

Mis pensamientos se inclinan, como si escucharan una música que yo todavía no alcanzo del todo, y me invitan a seguir el compás. Me encanta, me enamora ese ritmo. Una sonrisa se filtra en mis labios; no puedo evitarlo, me río de lo boba que parezco en este instante. Mis pies comienzan a charlar con más entusiasmo, las manos no quieren quedarse atrás, las caderas sacuden, los hombros guían, el cuello se balancea…

¿Qué es esto? Siento la urgencia de arrancarme el corazón del pecho y abrirlo para encontrar aquello que ni yo misma termino de comprender. ¿Será que no lo entiendo… o simplemente no quiero verlo?

Hay algo brotando, lo sé. Algo se viene gestando desde hace tiempo y yo sólo decido dejarlo fluir. No me resisto: acompaño al proceso, acompaño a la vida, al movimiento. Porque si todo esto me despierta tal intensidad, no quiero detenerlo. Quiero saborear el camino, sin importar el destino.

Quizás no sepa adónde conducen estas raíces, pero ¿no es justamente eso lo más emocionante? No saber a dónde voy, soltar por un rato la ilusión del control y dejarme llevar confiando en mi instinto. Y si algo sucede… bueno, siempre me tendré a mí misma: aunque sea para darme un abrazo, un sermón de 2 o 3hs o invitarme unas ricas empanadas de consuelo.