Te extraño
Estamos hechos de recuerdos, de esos que se impregnan en la mente y en el corazón. Esos que, si no encuentran lugar, lo crean.
Todavía recuerdo el aroma de tu piel, la suavidad de tus labios, el roce de mis dedos sobre tu mentón. Tu melodía cuando reías a carcajadas, especialmente cuando te hacía cosquillas —una tarea no muy fácil, por cierto. El calor de tu cuerpo junto al mío, a centímetros de distancia.
Recuerdo la sensación de mis manos en tu cintura, el abrazo fuerte, el hueco de tu cuello, el perfume de tu cabello. Mis manos adorándote.
Extraño batirte el café, prepararte tostadas, hacerte reír, robarte miradas, sacarte sonrisas. Extraño tus reproches, tu ceño fruncido, tu mirada seria, tu boquita cuando algo te enojaba.
Extraño decirte que te amo, susurrarte al oído cuánto me importás, demostrártelo en pequeños gestos.
Extraño compartir esos momentos de silencio llenos de emoción, con risas y miradas cómplices. Saber que nos entendíamos sin hablar.
A veces pensábamos lo mismo. Incluso al final, nos conectábamos con esa energía que fluía, esa química entre ambas.
Extraño tus caricias, tus abrazos, tus palabras. Los mates contigo, las comidas —caseras o compradas—, nuestras carcajadas, nuestros cantos, nuestros juegos, nuestras…